En pleno siglo XXI, cuando la igualdad de género todavía es una quimera, existen mujeres que, en vez de practicar la solidaridad con sus homólogas se desgastan en despedazarlas y criticarlas. Es por eso que ellas mismas reconocen que el peor enemigo de una mujer, aparte de ellas mismas, es otra mujer. Es cierto que la lucha por adquirir derechos sociales hace más necesario que nunca una reivindicación colectiva, en la que participen hombres y mujeres por igual, ya que no se trata solo de una reivindicación de clase, sino de derechos, de justicia. Y ello, porque vivimos en una sociedad que todavía sienta sus bases en un patriarcado feroz e infame. Los estereotipos que denigran al género femenino siguen siendo el común denominador de nuestro ideario social, pero no porque el hombre lo establezca de esa forma, más bien porque la mujer no hace lo suficiente por cambiarlo.
El movimiento feminista es, a mi juicio, uno de los principales escollos con los que se enfrenta la mujer a la hora de defender sus derechos, y no es porque la lucha de la mujer por la igualdad no sea legítima, sino porque parapetadas tras ese colectivo se encuentran las llamadas feminazis, que son el peor ejemplo de legitimidad de derechos y libertades, que emplean métodos fascistas y sin sentido para reivindicar un mundo de mujeres sin hombres o quizá un mundo de mujeres sin otras mujeres que no piensen como ellas. Ese mal llamado feminismo solo permite un discurso único, excluye a una gran parte de las mujeres por el hecho de pensar de manera diferente, por tener otros principios o ideales políticos, y deja de lado el verdadero sentido del día de la mujer. De la mujer trabajadora, de la mujer que aún ve mermados sus derechos laborales y sociales en comparación con el hombre. Pero no porque sea culpa de éste, más bien porque las mujeres que ostentan el poder no hacen nada para equiparar en derechos a las de su sexo.
Está muy bien que las mujeres que se dedican a la política salgan a manifestarse a voz en grito, faltaría más. Pero es lamentable que lo hagan para criticar o satanizar a otras mujeres que, como ellas, disfrutan de unos privilegios que no llegan a la mayoría de la gente. Esa demagogia barata no tiene mucho sentido, porque si algo pueden hacer y no hacen, tras desgañitarse levantando proclamas feministas, es legislar a favor de las mujeres y sacar leyes que hagan justicia social con las más desfavorecidas, en lugar de gastar millones de euros en mantener movimientos y asociaciones feminazis, con el único objetivo de atacar al contrincante político.
Las mujeres necesitan, sobretodo, solidaridad y freno a las agresiones machistas, equidad en la desproporción de la brecha salarial y justicia en el mundo laboral. Unas reivindicaciones de las que son parte activa y también pasiva, pero de las que no se puede culpar constantemente a los hombres, como si fueran los únicos que legislan o tuvieran una especial animadversión contra la mujer. Las mujeres quieren igualdad con el hombre y el hombre, en su mayoría, también quiere lo mismo, entre otras cosas, porque no hablamos de individuos distintos, sino que todos tenemos madres, esposas, hermanas, etc.
Pero parece que el movimiento feminista tiene un enemigo entre ellas, que se empeña en torpedear los avances sociales y denigrar la imagen de la mujer. Es ese feminazismo que todos hemos podido ver el 8M con absurdas proclamas, frases obscenas y mamarrachadas de todo tipo, que dejan una imagen lamentable y ridícula, con una falta de respeto descomunal hacia las mujeres de verdad, las que necesitan urgentemente de ese cambio social para tener un sueldo digno y una vida en igualdad, sin que nadie, sea hombre o mujer, le pise sus derechos.