De feministas y feminazis

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En pleno siglo XXI, cuando la igualdad de género todavía es una quimera, existen mujeres que, en vez de practicar la solidaridad con sus homólogas se desgastan en despedazarlas y criticarlas. Es por eso que ellas mismas reconocen que el peor enemigo de una mujer, aparte de ellas mismas, es otra mujer. Es cierto que la lucha por adquirir derechos sociales hace más necesario que nunca una reivindicación colectiva, en la que participen hombres y mujeres por igual, ya que no se trata solo de una reivindicación de clase, sino de derechos, de justicia. Y ello, porque vivimos en una sociedad que todavía sienta sus bases en un patriarcado feroz e infame. Los estereotipos que denigran al género femenino siguen siendo el común denominador de nuestro ideario social, pero no porque el hombre lo establezca de esa forma, más bien porque la mujer no hace lo suficiente por cambiarlo.

El movimiento feminista es, a mi juicio, uno de los principales escollos con los que se enfrenta la mujer a la hora de defender sus derechos, y no es porque la lucha de la mujer por la igualdad no sea legítima, sino porque parapetadas tras ese colectivo se encuentran las llamadas feminazis, que son el peor ejemplo de legitimidad de derechos y libertades, que emplean métodos fascistas y sin sentido para reivindicar un mundo de mujeres sin hombres o quizá un mundo de mujeres sin otras mujeres que no piensen como ellas. Ese mal llamado feminismo solo permite un discurso único, excluye a una gran parte de las mujeres por el hecho de pensar de manera diferente, por tener otros principios o ideales políticos, y deja de lado el verdadero sentido del día de la mujer. De la mujer trabajadora, de la mujer que aún ve mermados sus derechos laborales y sociales en comparación con el hombre. Pero no porque sea culpa de éste, más bien porque las mujeres que ostentan el poder no hacen nada para equiparar en derechos a las de su sexo.

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Está muy bien que las mujeres que se dedican a la política salgan a manifestarse a voz en grito, faltaría más. Pero es lamentable que lo hagan para criticar o satanizar a otras mujeres que, como ellas, disfrutan de unos privilegios que no llegan a la mayoría de la gente. Esa demagogia barata no tiene mucho sentido, porque si algo pueden hacer y no hacen, tras desgañitarse levantando proclamas feministas, es legislar a favor de las mujeres y sacar leyes que hagan justicia social con las más desfavorecidas, en lugar de gastar millones de euros en mantener movimientos y asociaciones feminazis, con el único objetivo de atacar al contrincante político.

Las mujeres necesitan, sobretodo, solidaridad y freno a las agresiones machistas, equidad en la desproporción de la brecha salarial y justicia en el mundo laboral. Unas reivindicaciones de las que son parte activa y también pasiva, pero de las que no se puede culpar constantemente a los hombres, como si fueran los únicos que legislan o tuvieran una especial animadversión contra la mujer. Las mujeres quieren igualdad con el hombre y el hombre, en su mayoría, también quiere lo mismo, entre otras cosas, porque no hablamos de individuos distintos, sino que todos tenemos madres, esposas, hermanas, etc.

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Pero parece que el movimiento feminista tiene un enemigo entre ellas, que se empeña en torpedear los avances sociales y denigrar la imagen de la mujer. Es ese feminazismo que todos hemos podido ver el 8M con absurdas proclamas, frases obscenas y mamarrachadas de todo tipo, que dejan una imagen lamentable y ridícula, con una falta de respeto descomunal hacia las mujeres de verdad, las que necesitan urgentemente de ese cambio social para tener un sueldo digno y una vida en igualdad, sin que nadie, sea hombre o mujer, le pise sus derechos.

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La transición perdida

La transición española ha sido, o fue, uno de los momentos más importantes de la reciente historia de España. Independientemente de que la transición significó el paso de la dictadura a una monarquía parlamentaria, con su correspondiente Constitución, que nos hacía mucho más iguales en derechos y libertades, también supuso un cambio absoluto en el modelo de sociedad que se quería constituir. Una sociedad dispuesta a renegar del pasado, desde la posición o situación política que fuese, a cambio de mirar al futuro con esperanza y decidida vocación democrática.

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La delicada situación política y económica, los tremendos cambios sociales en los primeros años de la democracia y el fantasma de la involución revoloteando sobre nuestras cabezas, no pudo con las tremendas ganas de entendernos, de entenderse los políticos: tan distintos y distantes en los conceptos, en los modos y en las formas. Pese a ello, se consiguió una “democracia imperfecta” pero mejorable. En España es muy difícil que algo sea perfecto, porque ya habrá alguien que lo retuerza para que no lo sea. Pero esa democracia, tan carente de lo básico, aceptó el desafío de resolver los problemas políticos y sociales con altura de miras, generosidad, diálogo y consenso por todas las partes.

Ese espíritu de la transición, donde prevalecía el entendimiento por encima de cualquier cuestión ideológica y, el bien común, sobre distintas formas de afrontar e interpretar la política, es lo que parece que hemos perdido irremediablemente. De unos años a esta parte, hemos olvidado el espíritu democrático que nos trajo al momento en que nos encontramos hoy en día, y nos hemos vuelto a situar en el guerracivilismo de 1934. Un despropósito de tal magnitud, por parte de los políticos “locos” que nos manejan, que se tiene la sensación de haber perdido lo mejor de la esencia de la democracia en España.

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Mirar al pasado nos permite afrontar el futuro con menos errores. Pero si nos empeñamos en perfilar el futuro con odio y resentimiento, estamos demostrando que no hemos aprendido nada, que todo lo bueno que hemos conseguido como sociedad democrática se puede ir al traste en un abrir y cerrar de ojos. Digo esto porque desde algunas posiciones políticas parecen dar por perdido el diálogo y el consenso, que tan eficaz fue en la transición.

La manía por remover el pasado, que como su propio nombre indica es un tiempo ido, las ganas de crispar a la sociedad con ideas y conceptos caducos, demostrado por activa y por pasiva que no conducen a nada bueno, es el empeño de estos políticos de nuevo cuño, pero de obsoleta ideología, que enfrentan a la sociedad que dicen servir y la hacen más vulnerable, menos sensible a los problemas cotidianos y, por supuesto, muchísimo más agresiva.

Es cierto que estos partidos, en cierta medida, para su estrategia política les conviene un enfrentamiento con los partidos de la oposición, pero tampoco es menos cierto que en el ejercicio de su acción política también aflora su peor trasfondo humano, ese que debe priorizar el bien común sobre cualquier otro principio.

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Las líneas de la democracia en España nunca antes habían estado tan desdibujadas. Ya no se afronta la diferencia ideológica con la palabra y el sentido común, sino con la agresión verbal o física, que nos retrotrae a los peores momentos de nuestra historia. La agresión el insulto y conculcar los decretos democráticos otorgados por la sociedad no nos hace mejores, sino que permite que aflore en cada uno de nosotros los instintos más bajos que alberga cualquier ser humano en su interior.

Cuarenta años después de que, tras una dictadura, lograran ponerse de acuerdo perfiles políticos tan contrarios, sin una palabra más alta que la otra, sin llegar a las manos, en ningún momento y, sobretodo, con un exquisito respeto hacia el que pensaba de manera diferente, nos hace pensar que la transición no ha servido para nada, que todo el aprendizaje político de aquellos padres de la democracia ha caído en saco roto y, que en cualquier momento podemos volver al enfrentamiento civil, por no aceptar las reglas del juego democrático que nos marca nuestra Constitución.

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La prioridad es España

Si hace unas semanas mi columna de opinión se centraba en la deriva que lleva la mala gobernabilidad de nuestro país, hoy quiero tratar el resultado de esa deriva, en todos los aspectos imaginables, y que tan malas consecuencias está teniendo para la economía y la gestión interna de lo cotidiano, de todo lo que afecta a la salud emocional de los ciudadanos.

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En este breve espacio de tiempo asistimos con incredulidad, pero sin opciones, al avance del populismo nacionalista, que ya ha obtenido importantes éxitos a ambos lados del Atlántico. Un populismo que difiere de las izquierdas en que éste lleva en su programa la prioridad de lo español. Pero no en un concepto semántico, sino en lo real, en la idea de volver a hacer grande a España en el pensamiento colectivo, por mucho que algunos quieran quitarle hierro, porque para que este país avance hay que replantearse volver a la unidad, volver a poner en valor la esencia de lo español, con sus defectos y sus virtudes.

No es VOX el único partido político que aboga por la prioridad de los españoles en temas esenciales, ante la pasividad de los partidos de siempre y la demagogia trasnochada y peligrosa de los marxistas de Podemos y compañía. Se trata de una tendencia a recuperar la esencia de país, que tuvo su origen en Inglaterra, con el Brexit, y que está haciendo temblar a la política europea con el avance de las derechas en muchos países de la UE y en los Estados Unidos de Donal Trump, aunque esa sea harina de otro costal.

Lo cierto es que el concepto de Nación se ha abandonado en muchos países desde la entrada en la Unión Europea, tomando como buenas muchas consignas que han perjudicado seriamente la convivencia y el bienestar social de los ciudadanos, cada vez más acosados laboral y económicamente. Cada vez más perjudicados en políticas sociales que van para los emigrantes, y esta es una realidad como un templo, mientras se desprotege a los españoles.

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El orden mundial neoliberal ha fracasado y el ecosistema político está cambiando para adaptarse a ese fracaso”, opina Theodore Beale, y es verdad. Las políticas migratorias de “al fondo hay sitio” están teniendo una repercusión social extremadamente negativa, sobretodo en países, donde como España, los nativos siguen teniendo demasiadas carencias y pocas soluciones.

A veces pienso que quien dirige la política mundial, tiene previsto estos cambios, como sucedió con la aparición de Podemos, fruto de un descontento generalizado por la pasividad de los gobiernos que se negaban a tratar con la gente corriente. Ahora el cambio tiene que ver con recuperar la identidad española que han pervertido y saqueado los partidos de izquierda. Con hacer frente a un separatismo violento y desmedido, amparado por el gobierno de Pedro Sánchez. Con la idea de defender y apostar por los valores tradicionales; los que defienden a las mujeres de sujetos violentos que son verdaderos desechos sociales, con la defensa de las costumbres y tradiciones del mundo rural, que es la esencia de cualquier país. Con una apuesta firme y decidida por impulsar el sector primario y, sobretodo, por la protección a la familia con políticas que nos permitan crecer como país.

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España es la cuarta economía de la zona euro. Una economía que se mantiene, principalmente, por el esfuerzo de los pequeños y medianos empresarios, que son el verdadero motor del tejido empresarial. Una economía que no puede fiarse a políticas sociales para todo que el quiera traspasar nuestras fronteras de manera ilegal, que es el verdadero trasfondo de lo que está sucediendo en Europa. Una bomba de relojería que puede estallar más pronto que tarde, dando al traste con todos los logros obtenidos hasta ahora, por culpa de quienes priorizan lo de fuera a lo español. No se trata de un rechazo generalizado al emigrante, se trata de controlar quien entra a nuestra casa para que no nos robe la esencia de lo que tantos años nos ha costado ganar y proteger. Porque si nos olvidamos de que la prioridad es España cerraremos las puertas al futuro.

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La España real se rebela

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Estamos acostumbrados a que los políticos minimicen o magnifiquen los acontecimientos según su conveniencia. Y lo hacen sin pudor alguno, sin tener en cuenta la realidad del país que gobiernan, o los problemas que acucian a los ciudadanos. Problemas reales que necesitan de soluciones reales, independientemente del color político que gestiona nuestras vidas en cada momento.

Se alarman los medios de comunicación cuando afloran sentimientos patrióticos trasnochados, sean estos de derechas o de izquierdas, pues tanto da el populismo de un lado que de otro. Lo mismo aparecen añoranzas de una república canalla y asesina, que nos trajo una guerra civil, que fanáticos del régimen consiguiente, que poco o nada tiene que ver con la España actual, moderna y cosmopolita que disfrutamos.

Otra cuestión es, que los que nos gobiernan deberían tener superadas esas diferencias y actuar de acuerdo a la sensatez y los nuevos tiempos. Enfocando la realidad que se vive en otros países de nuestro entorno, y en los que tanto nos gusta mirarnos, cuando nos conviene. Sin dividir a los españoles, sin crear brechas ideológicas entre unos y otros, en definitiva, procurando el bien común y la paz social, que es tanto o más importante que el estado del bienestar.

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Los políticos viven de espaldas al pueblo. También lo hacen muchos medios de comunicación, partidistas e interesados unicamente en cuotas de audiencia y en balances de resultados, sin valorar, realmente, que la información es vital en una sociedad avanzada. No hay más que seguir las tertulias de radio y televisión, sobretodo de esta última, para darnos cuenta de la cantidad de sandeces que se vierten por boca de presentadores y tertulianos, cuando a bien seguro, los televidentes disponen de mejores recursos y aplomo que los energúmenos que gritan a diestro y siniestro, en lo que debería ser una parrilla informativa.

Por tanto, no es de extrañar, que la España real se rebele. La España de cualquier rincón del mapa, la España que se levanta todos los días para buscar soluciones reales a sus problemas, independientemente de la ideología de cada uno. La España que está harta de separatistas, de corruptos, de despilfarro en lo público, de nacionalismos y nacionalistas, de vividores y cuentistas, de senadores y poltronas agradecidas.

España se rebela porque está harta de políticos de la mamandurria, de jueces de quita y pon, de banqueros mafiosos y periodistas comprados. España se rebela y vota por los extremos, porque el centro, como en las manzanas, está podrido. Y votar a los extremos es un retroceso, pero también una necesidad, cuando se quiere aportar vitalidad y soluciones a esa enfermedad crónica que padecen los políticos que viven de los bancos y las eléctricas, de los grandes grupos de comunicación y las empresas del Ibex.

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El mejor argumento del hartazgo de la sociedad, viene en el incremento de simpatizantes en partidos como Vox o Podemos. Los dos extremos que buscan romper con un modelo caduco de gobernar, cada uno a su manera, cada uno esgrimiendo sus razonamientos, pero ambos con la utópica idea, de que es posible hacer una sociedad mejor, con mejores ideales, sin despilfarro ni corrupción y, donde los valores del individuo estén por encima de cualquier otra cuestión.

La España real se rebela, porque no entiende de argumentos y sí de soluciones. Soluciones a cosas nimias, a cosas de sentido común, a la resolución de realidades cotidianas que mantienen en vilo a la gente corriente. A la apuesta firme y decidida por caminar y hacer futuro en paz y armonía, sin buscar culpables, ni vencedores ni vencidos de tiempos idos y trasnochados. Lo pasado, pasado está, y el futuro lo hacemos los que estamos vivos. Todo lo demás, es gana de gastar la mandanga y hacer mala sangre al personal.

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Un país a la deriva

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Lo que está sucediendo en España está más cerca de la hecatombe que de una crisis institucional de las que tan acostumbrados estamos. La forma en que se dirige este gobierno, en precario, no tiene referente en lo que llevamos de democracia. Ni antes ni después de los desafortunados gobiernos del “insigne” Zapatero y don Tancredo Rajoy. Al menos con este último, el gobierno se sostenía por la grandeza de sus ministros, aunque quien tomase las últimas decisiones fuera un completo inútil.

La precariedad, como digo, nos deja estampas tan inusuales en cualquier gobierno de países de nuestro entorno, como la dimisión forzada de ministros, las reticencias de otros a dejar el cargo a pesar de que existan pruebas fehacientes y suficientes, para que la indignidad de sus acciones pasadas salpique el ministerio. Descalabros, uno tras otro, y un presidente mudo, que no abre la boca por temor a meter la pata. Si el anterior se escudaba en el plasma para rehuir a la prensa, el actual hace mutis por el foro y se despacha con cualquier sandez, impropia de un gobernante de un país serio. Claro que lo de serio es mucho decir.

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Por si el cúmulo de despropósitos no fuera suficiente, el gobierno a la deriva sustituye a los que obran de titulares, para encargarle los recados al líder de un partido populista de extrema izquierda, que más que arreglar, pone en peligro la estabilidad del conjunto de los españoles y la propia democracia, dando una imagen lamentable en el exterior. España no está segura si los encargados de defenderla se muestran contra ella. De defenderla con ardor se encargan nuestros militares, dentro y fuera de nuestras fronteras, aunque no tienen tarea fácil si los que mandan se pasan por el arco del triunfo la Constitución y las normas más elementales del Estado de Derecho, pactan con separatistas y toda clase de chusma que se declara abiertamente enemiga de España. Es penoso ver salir de la cárcel, aunque sea jaula de oro, a un representante político, que viene de pedir el favor a un preso, para que se avenga a apoyar unos presupuestos que tienen que ver con el bienestar de todos los españoles. Es de vergüenza total y absoluta, que sean los enemigos de España los que tienen la sartén por el mango para decidir que cosa tiene que hacer el gobierno y cual no.

No voy a negar que tenía mis esperanzas puestas en un gobierno de tecnócratas que nos sacara del atolladero de corrupción en que nos tenía sumido el Partido Popular, y pusiera algo de cordura entre tanta indecencia. Quizá por eso es mayor la decepción y me muestre más incisivo con lo que debería haber sido un camino de rosas hasta la convocatoria de elecciones. Pero lejos de ello, la realidad supera todas las expectativas e ilusiones en aras de un buen gobierno y nos deja esta deriva parlamentaria, donde nada es lo que parece.

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Entretanto, los populistas, separatistas, terroristas y demás calaña, se frotan las manos viendo como el gobierno hace aguas. Cómo los españoles nos resignamos a perder identidad nacional, porque los que manejan el cotarro son los enemigos del Estado. Los mismos que van a permitir que injuriar al Rey y a las Instituciones del Estado salga gratis. Los mismos que mancillan un día si y otro también la Historia de España, a la que dan una vuelta de calcetín según convenga a los intereses de unos pocos.

Este gobierno a la deriva no va a convocar elecciones hasta que sea demasiado tarde. Hasta que las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos no empiecen a cambiar de manos y le vean las orejas al lobo. Hasta que la democracia no se tambalee, con tantos como la empujan, de un lado y de otro. Entretanto, la prevaricación, el abuso de poder, el tráfico de influencias, el cohecho y la malversación de fondos públicos están a la orden del día, mires por el lado que mires, y sólo algunos programas de televisión son capaces de denunciarlo con pelos y señales, aunque con el sistema judicial que los propios corruptos ponen en funcionamiento, nunca puede llegar a nada el esclarecimiento de los hechos. Háganme caso y aprendan a nadar, que con un gobierno a la deriva cualquier cosa es posible.

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El fracaso del gobierno bonito

A veces sucede, con demasiada frecuencia, que es peor el remedio que la enfermedad. Sucede en todos los órdenes de la vida, y viene aparejado por las prisas con que se conciben las cosas que consideramos importantes. Poner remedio a algo que está finito es una perdida de tiempo y esfuerzo, pero los humanos nos empeñamos en ponerle parches a todo, en la esperanza de que algo se pueda salvar, aunque el desenlace nos arrastre irremediablemente.

Algo así le está sucediendo a este gobierno, al que algunos hemos bautizado como el gobierno bonito. Y es que en el afán de Pedro Sánchez por eclipsar a Mariano Rajoy, con un cartel de caras famosas, ha faltado seriedad, rigor profesional y experiencia, mucha experiencia. Y la falta de experiencia, en política, lleva apareja una debilidad endémica que aboca al fracaso más absoluto.

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Urgía presentar ante la opinión pública un cartel de profesionales. Profesionales de cada uno en los suyo, pero ninguno proveniente de la clase política, que es donde verdaderamente se cuecen las cosas importantes. Un plantel de caras bonitas y trayectoria mediática, que llegados al gobierno se han quedado cortos en recursos personales y argumentos. Porque la vida profesional y la política, no se llevan bien. Es por eso por lo que, a la mayoría de los políticos no se les conoce otro trabajo que el de sentarse en los escaños del parlamento, bien prestando atención o echando una cabezadita, que de todo hay en la viña del Señor.

Las prisas por darle a la opinión pública un gobierno bonito, hizo que Sánchez rebuscara en el famoseo de la justicia y la farándula a protagonistas de las páginas de los periódicos, sin averiguar el pasado de cada uno, ni las opiniones particulares que pudieran haber expresado en un determinado momento, y quien pudiera tener constancia de ello. Así las cosas, en menos de seis días tuvo que dimitir un ministro, en un poco más, quedar en entredicho otros dos. Uno de ellos, por cesar al máximo exponente en la lucha contra la corrupción en España. Dando a entender a la opinión pública que detrás de esa medida estaba justificar la corrupción que atesora el PSOE en Andalucía, y satisfacer a sus socios filoetarras.

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Desde entonces, todo ha sido un descalabro detrás de otro. Currículos falsos, que se saldan con la dimisión de otra ministra, una tesis que no es tal y que implica al propio presidente del gobierno, y para colmo de todos los males, unas grabaciones homófobas que dejan en pésimo lugar a la ministra de justicia. Y es que parece mentira que gente de este calibre se siente en una mesa a despotricar, a diestro y siniestro, como si no hubiera mañana, en la certeza de que nadie les está grabando. Algo tan elemental cuando intervienen gentes que tienen cosas que contar, tan de manual, que parece de Perogrullo.

Este gobierno no da más de sí. Se cae estrepitosamente, sentencian los barones socialistas, sabedores de que cuánto más aguante Pedro Sánchez, peor les va a ir a ellos en las elecciones del año que viene. Cada día se abre un capítulo nuevo, una nueva negligencia, un traspiés, una mala decisión. Como la de regalar alegremente a Cataluña millones de euros, con la que está cayendo, para premiar económicamente la deslealtad de la “policía” autonómica, en clara afrenta y despropósito hacia la Policía Nacional y la Guardia Civil, que son los que mantienen el orden constitucional en precarias e insalubres condiciones.

Casi todo el mundo nos alegramos de la salida del gobierno de Mariano Rajoy. Entre otras cosas porque no se puede gobernar tan malamente como lo hizo ese señor. Pero la esperanza de los españoles residía en un gobierno que fuese capaz de afrontar los retos que se le ponían delante y no vacilar a la hora de conseguirlos. Pero en lugar de ello, asistimos al fracaso del gobierno bonito, del gobierno de tránsito hacia ninguna parte. Un gobierno que pierde el tiempo y, no lo hace perder a todos, sin conseguir ninguna resolución positiva, en precario, y camino de la dispersión de sus votantes hacia otras formaciones, con el perjuicio que eso conlleva.

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La solución pactada, o de lo que ningún medio habla

Las prisas no son buenas consejeras, y menos cuando se trata de la política. Pero cuando los acontecimientos se precipitan no cabe más remedio que actuar con mucha celeridad, aunque ello pueda perjudicar, a posteriori, el mal que hemos tratado de evitar.

La moción de censura a Mariano Rajoy fue uno de esos momentos precipitados por los acontecimientos que se estaban viviendo. Cualquiera, medianamente informado, sabía que la corrupción dentro del Partido Popular acabaría con el mandato de Rajoy y su salida del gobierno. Pero era necesario pactar una salida consensuada. Una salida que dejase un nuevo gobierno capaz de afrontar los retos establecidos con la UE, el crecimiento interno y el mantenimiento de los secretos de Estado.

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Días previos a la moción de censura, se mantuvieron encuentros al más alto nivel, entre los representantes del Partido Popular y del Partido Socialista. El motivo de estos encuentros no era otro que el de definir la estrategia a seguir en la sucesión de Rajoy. Ya que mientras dentro de las filas del PP se perfilaba la idea de una dimisión del presidente, y la convocatoria de elecciones, por parte del PSOE se buscaba el consenso con los partidos nacionalistas y Podemos, para evitar llegar a unos comicios donde las expectativas de triunfo de Ciudadanos, podría dar al traste con la solución pactada.

Tanto unos como otros, temían las encuestas que daban ganador, con mayoría holgada a Ciudadanos, y que la llegada del partido naranja al poder acabase con los privilegios que se habían otorgado PP y PSOE desde el inicio de la democracia. También, que no estaban dispuestos a compartir los más altos secretos de Estado, con unos advenedizos que, en ningún caso, tenían la sólida formación y estructura, como para formar un gobierno, con todo lo que ello conlleva, y que fuese peor el remedio que la enfermedad.

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Así las cosas, se perfiló una solución pactada, para evitar que alguien fuera del bipartidismo pudiera arrebatarles el poder. Se llegó al acuerdo de presentar una moción de censura, donde la pinza de los partidos de izquierda y los nacionalistas, auparía a Pedro Sánchez a la Moncloa, arrebatándole el puesto a Albert Rivera, casi con toda seguridad, de haber sido justos y celebrado elecciones.

Esta decisión no fue bien recibida dentro de un amplio sector del Partido Popular, que dividió su aparato interno, y puso a cara de perro a más de un dirigente. Tampoco entre los barones del PSOE, que veían la medida demasiado precipitada y un riesgo latente para conservar sus “feudos” en el futuro.

De aquellas prisas, hemos visto un gobierno mal formado. Un gobierno de parches y remiendos, donde se han buscado perfiles populares sin bagaje ni experiencia política. Un gobierno de mínimos, que pretende alcanzar máximos, inflando y falseando currículos, afirmando y negando, a la vez, la misma cosa. De donde dije digo, digo Diego. Un gobierno sin preámbulos, que hace política a salto de mata, según le vayan soplando de un lado y de otro.

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Probablemente, de haberse celebrado elecciones, estaríamos hablando de lo mismo, y el partido naranja se encontrase en la misma tesitura que lo hace el PSOE, con la salvedad de que los de Ciudadanos no tienen Comunidades Autónomas ni ayuntamientos que proteger y gobernar. Y es más que probable, que el deterioro de este desgobierno de Pedro Sánchez, pase factura en aquellos territorios donde el PSOE se ve forzado a gobernar mediante pactos.

A mi juicio, por este y otros motivos, Mariano Rajoy ha sido el peor presidente de la historia de España, desde el principio hasta el final. Un político lleno de complejos y desatinos que ha llevado a España a sus horas más negras, y que ha dejado manga por hombro el equilibrio entre españoles, y en manos de unos aprendices el gobierno de la nación.

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Terrorismo político

El terrorismo, del que tanto sabemos en España, desgraciadamente, no siempre tiene que ver con la acción de matar, con el resultado trágico de un determinado acto sangriento. El terrorismo, como nos indica el diccionario, en sus dos acepciones, es la forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de terror e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general. Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. Si nos atenemos a tal definición, aún estamos lejos en España de hablar de ausencia de actividades terroristas. Aunque el cese de la violencia de ETA mediante asesinatos cobardes por doquier nos haya dado un respiro, no ocurre lo mismo con el terrorismo político que se sigue ejerciendo en las comunidades separatistas de vascongadas y Cataluña.

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Puede que el momento político que se vive en España, donde hay un gobierno que es rehén de los nacionalistas, y unos medios de comunicación subvencionados o pertenecientes a los mismos, no inspire el sentimiento de que seguimos viviendo en un estado de terror. Pero la realidad palpable de las comunidades en conflicto, es que hay un movimiento terrorista, amparado por los secesionistas que persigue la intimidación e inseguridad de los que no piensan como ellos.

En Cataluña y el País Vasco no hay libertad de expresión, ni siquiera hay libertad física si te muestras partidario de la Constitución Española y del orden establecido en ella. Ser español en esas comunidades autónomas es ponerte en el punto de mira de una hipotética pistola, que más de alguno empuñaría con ganas para hacer prevalecer sus ideas. Unas ideas fascistas, propias de matones, de pistoleros a sueldo de los totalitarios.

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Los medios de comunicación, los partidos políticos, que viven de las subvenciones de todos los españoles, incluso los propios gobiernos, según en qué y cuántos intereses, son cómplices y participes en distintos grados del apoyo a los terroristas políticos que hay en España. Nadie piense que las organizaciones de la coacción y el lazo amarillo se sufragan por sí solas. Nadie piense que el terrorismo de ETA acaba en un comunicado y no es extrapolable a los agravios a las víctimas y vítores a los verdugos. Nadie piense que no hay detrás dinero público para mantener a una panda de descerebrados con el aro en la oreja y el flequillo cortado a zapaterrón que agreden gratuitamente a guardias civiles. Detrás de cada una de las acciones terroristas que ejecutan estos individuos hay una financiación directa o indirecta del gobierno español de turno, o sea, que nosotros somos, a través de nuestros esforzados servidores públicos, los que pagamos con nuestros impuestos el mal que nos infringen.

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El terrorismo político no acaba con una declaración de buenas intenciones. El terrorismo, en cualquiera de sus acepciones, termina cuando se acatan las leyes que conforman un estado de derecho. Pero también cuando se imponen los derechos colectivos por la fuerza de la Ley, sin claudicar ante quienes la quebrantan y mucho menos dándole los medios necesarios para que sigan ejerciéndola.

En España estamos igual de acostumbrados al terrorismo político como a la corrupción, pues muchas veces una cosa lleva a la otra. Terrorismo también es pedir dinero al Estado con el chantaje de ejercer la violencia si no se otorga. Algo que históricamente ha pasado con las dos comunidades más favorecidas del Estado Español, en detrimento de las que han permanecido sumisas y conforme a la Ley. Pero todo tiene un punto final, y el terrorismo político, como este artículo, deben ir concluyendo.

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Empezar de cero

Tras la victoria de Pablo Casado para convertirse en el presidente del Partido Popular, en un reñido Congreso Extraordinario, que ha dado al traste con las expectativas de muchos, y ha dejado encumbrados a políticos desconocidos, llega la hora de analizar y pormenorizar la situación en que se encuentra ideológicamente el principal partido político de España, asumir errores internos, definirse, sin ambages, ante el electorado afín y el que se fue, dando un portazo en la cara de memo de Mariano Rajoy. En definitiva, empezar de cero.

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Para empezar de cero hay que hacerlo sin nombrar al memo, sin dar pábulo a los que han perdido el sillón después de tantos años tocándose las narices y llevándoselo crudo, y que están que trinan. ¡Se jodan! Que diría Forges. Hay que empezar apartando parásitos, con discreción y elegancia, poniendo sabia nueva en su lugar, como se hace con un injerto.

El Partido Popular es único en su franja ideológica, pero ha estado ausente y perdido en los momentos más transcendentales de la historia reciente. Ha dado la espalda a su electorado y, no sólo eso, sino que ha renegado y mancillado el nombre de los que en un determinado momento se marcharon hartos de tanta corrupción y pasividad de la cúpula dedocrática.

Pablo Casado es el inicio de una nueva etapa. El ave fénix de las gaviotas peperas. El resurgir de un partido moderno que representa los principios e intereses de una generación de jóvenes ilusionados, sin momias ni intrigantes. Un Partido Popular que debe girar hacia donde le exijan sus militantes, sin complejos ni resúmenes timoratos. Con decisión y firmeza ante los retos que imponen, cada día, los enemigos de España.

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Pero empezar de cero significa pasar página. Esa es la rueda de molino en la que se enredan casi todos los gobernantes. En que nunca se empieza de cero definitivamente, sino que por agradecer servicios prestados y apoyos coyunturales, se vuelve a poner en primera fila a personas y personajes muy cuestionados en anteriores etapas, y esto vale para todos los partidos sin excepción.

No voy a negar que a estas alturas de la película ya no me fío de nadie, y si tuviera que hacerlo nunca lo haría de un político. Sin embargo, creo sinceramente que Pablo Casado es un hombre de fiar. Que tiene palabra y es de los que la cumplen, a pesar de ser político. Veremos si la compostura que le acompaña puede transmitirla a los que, a partir de ahora, vayan a ser sus hombres y mujeres en la responsabilidad de lograr un gobierno para España, donde nadie se avergüence de ser español, donde los valores democráticos y los de sentido común afloren, y se recupere el entusiasmo entre los que lo habían perdido.

LOS CANDIDATOS A LA PRESIDENCIA DEL PP ENTREGAN SUS AVALES EN GENOVA

El espacio que ocupa el Partido Popular en la política española no lo puede ocupar ningún otro partido, hay que ser así de claros. Pero igualmente, no cabe equivocarse en el discurso, ni andarse con rodeos. No son buenos tiempos para la lírica, ni para casi nada, y a menos que se actúe con rotundidad y firmeza, toda la caterva de energúmenos que se han metido a políticos por su desprecio a España y a todo lo español, se saldrán con la suya y éste país tan complejo y hermoso puede convertirse en la casa de tócame roque.

La tibieza y la desidia no son buenas compañeras para empezar de cero. Pablo Casado nos ofrece muchos titulares, a los que nos dedicamos a esto. Pero lo verdaderamente importante es que nos ofrezca una regeneración total de la vida política española, tan sectaria, corrupta y desleal como siempre.

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Cortinas de humo

Si en mi anterior artículo de opinión hablaba sobre la “manipulación social”, hoy quiero opinar sobre uno de los efectos que suele tener dicha manipulación, y que no es otro que el de crear una cortina de humo para ofrecer a la opinión pública una distracción o motivo de controversia, para tapar o desviar una noticia de alcance.

Las cortinas de humo son tan antiguas como la historia. Se utilizaban antiguamente para ocultar a los cazadores de la pieza que iba a ser cazada. También han tenido un papel fundamental en los ataques bélicos, como ocultación de tropas en un avance inminente o una retirada satisfactoria.

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En política, las cortinas de humo se utilizan para entretener a la opinión pública con temas banales, prensa amarilla, noticias de impacto, para que nadie tenga tiempo de reflexionar sobre asuntos de calado que podrían dejar en mala situación al partido de turno. Las cortinas de humo no son patrimonio del partido que gobierna. Todos, sin excepción, utilizan este tipo de artimañas para pasar de puntillas por temas candentes y entretener al personal con “pan y circo”, como hicieran los antiguos romanos.

Todo aquello que sirva para evitar que la gente sepa o vea lo importante, constituye una cortina de humo. De esa manera se disimula la verdad de forma intencionada. Lo que constituye un grado más de manipulación social, ya que sería impensable que los partidos políticos pudieran tejer una cortina de humo en las mismas narices de los ciudadanos sin el beneplácito de los medios de comunicación que los amparan.

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Históricamente han sido los partidos de izquierda los que más han utilizado este tipo de artimaña. No es que exista una vinculación específica de la izquierda que tenga que ver con manipular al pueblo, pero si que es cierto que fue una estrategia utilizada por los gobiernos totalitarios de Europa del este, que ha perdurado en la actualidad.

No es casualidad que salgan ahora noticias que solapen los contubernios del gobierno de Pedro Sánchez, con los independentistas catalanes y vascos. No es casualidad que los medios de comunicación rescaten de la hemeroteca viejas y desusadas noticias, que en su día, fueron de alcance. No es casualidad que la izquierda radical quiera hacerse con el control de TVE, al igual que ya controla otros medios de comunicación. Como no es casualidad que el magnate de las finanzas; George Soros, esté detrás de las campañas independentistas.

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Las cosas nunca suceden por sí solas. Nada es relativamente fortuito. Todo tiene su cómo y su por qué. Por eso las cortinas de humo son tan importantes para difuminar la realidad, para confundir al personal y poner verdad donde hay una mentira, mientras la noticia de alcance pasa de puntillas. A nadie le interesa los miles de millones que nos va a costar contentar a los de los lazos amarillos. A nadie le interesa que la RAE se tire de los pelos por los despropósitos de un gobierno de paletos indocumentados, al menos en lo cultural.

Probablemente lo único que tengan bueno las cortinas de humo es que sirven para hacernos más ignorantes. Para no ver la realidad que tenemos delante. Para ocultar las barbaridades que comenten los seguidores del tío de la zeja; sí con z, y para mantenernos alejados de la caterva de políticos que se reparten el poder y los dineros, que eso es más doliente, mientras al incauto ciudadano lo enganchan a las tertulias del corazón o a los debates manipulados de la televisión sectaria y partidista.

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